ALIPIO VERA: “MI COMPAÑERO DE BANCO”

Querido Alipio: quiero creer que estás entrevistando a tus homónimos y a todos aquéllos que alguna vez quisiste conocer personalmente…

 Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR, aka Talo-Tilo)


Alipio Vera (Premio Nacional de Periodismo 2013, a la derecha en la imagen), compartiendo con algunos colegas de la Generación Planetari@s: María Teresa Maluenda, Francisco Leal y Oriana Zorrilla. 

Recuerdo a ese muchacho alto y rubicundo, con el aspecto bonachón del sureño y su acento cantadito…

Alipio Vera Guerrero venía de Puerto Montt y creo que por casualidad se sentó a mi lado en el anfiteatro de la Escuela de Periodismo.

Yo ya estaba en segundo año de Pedagogía en Italiano y había aprobado los ramos generales, por lo que fuimos compañeros sólo en Redacción Castellana, Geografía Económica y algo más. Siguiendo nuestro instinto gregario, como un hecho normal, seguimos sentándonos juntos y nos unieron algunas vivencias.

La principal fue mi infancia vivida en Castro, en la Isla Grande de Chiloé, pero también el hecho de que —por razones de trabajo de mi padre—, mi familia estaba precisamente en Puerto Montt.

Era hombre de pocas palabras y se veía despistado en medio de ese tumulto que era el Primer Año de ese 1966, que habría de pasar a la historia con el nombre de Generación Planetari@s.

Me habló de su niñez. Nunca faltó a clases, porque su mamá lo obligaba a levantarse aunque estuviera con la cara hinchada: “¡No! ¡Te levantai y vai a la escuela!”.

Por eso, a final de año lo premiaban con un diccionario u otro recuerdo por tener la Mejor Asistencia.

Con respecto a su nombre, había investigado (en ese tiempo, no había Google, sólo libros), y sabía que así se llamaba un discípulo de San Agustín y también un músico alejandrino del siglo IV. Tal vez muchas chilenas y chilenos no saben quiénes fueron esos personajes, pero seguramente saben quién fue Alipio Vera Guerrero.

Después de las vacaciones me contó que había trabajado en una fábrica de helados poniendo palitos toda la noche. Sufría de fuertes dolores de cabeza y una radiografía reveló que los huesitos del oído medio estaban desencajados: fue necesario operarlo.

Nunca se involucró en cuestiones políticas. En todo caso, en una de tantas elecciones en las que fui candidato, se disculpó anunciándome que no sabía por quién iba a votar… y después lo hizo por Lucía Sepúlveda.

En segundo año, estuvimos casi todo el tiempo juntos, incluso fuimos al Departamento de Filosofía y Letras para ver la posibilidad de inscribirnos a una Licenciatura en Filosofía con mención en Literatura General. Pero —en tercero—, tuve que tomar la mitad de los ramos para dedicarme más a mi otra carrera. Y comenzó la separación: sus intereses se ampliaron a la fotografía y nuestras conversaciones acerca de los contenidos de las clases ralearon. Después cada uno siguió volando con sus propias alas.

Cuando completé mis estudios, me fui becado a Italia, donde me sorprendió el golpe de Estado. A mi regreso, en 1978, lo vi en televisión en “Informe Especial”, un programa en el que era director un antiguo compañero de liceo. Pero —como suele suceder—, éste colega con el que había estado junto desde Cuarto de Humanidades, se alejó de nuestras reuniones de ex alumnos, tal vez porque temió que le fuéramos a pedir favores.

Me gustó ver a Alipio en la pantalla chica. No había cambiado: seguía con su estilo de sureño bonachón y campechano, lo que trascendía a su buen desempeño como expositor y entrevistador. Si siempre había sido tímido, esa timidez se había transformado en respeto y empatía. Su expresión y lenguaje eran correctos y transparentaban su calidad de chileno de tomo y lomo. Nunca he sabido quién fue(ron) su(s) camarógrafo(s), pero formaban un buen equipo.

Volví a verlo en una reunión del curso y aproveché para recordarle algunas anécdotas, preguntándole también (porque nunca lo había hecho), cuál era el oído que le habían intervenido. En ese tiempo, no existía internet y nos intercambiamos números de teléfono. Él nunca me llamó, pero yo sí en una ocasión para avisarle que iba a Puerto Montt y podía llevarle algo a su madre. Me respondió una voz femenina joven (tal vez una hija), y me dijo que no estaba. Le dejé el recado, pero nunca supe si se lo dieron: la verdad es que no me devolvió el llamado.

En Puerto Montt, en cambio, encontré a otro compañero de curso, que estaba trabajando como asesor de prensa del intendente Rabindranath Quinteros: me refiero al también fallecido Juan Bastidas.

Cuando le concedieron el Premio Nacional de Periodismo, sentí una gran alegría. Fue como si lo hubiera recibido yo, puesto que nos formamos juntos. Pero después ese arco se amplió: el Premio Nacional abarcaba a toda la Generación Planetari@s.

Querido Alipio: quiero creer que estás entrevistando a tus homónimos y a todos aquéllos que alguna vez quisiste conocer personalmente…

Alipio Vera Guerrero,
Premio Nacional de Periodismo 2013.
GENERACIÓN PLANETARI@S