Antonio Galdo no se refiere en su libro a una instancia tan sangrienta, pero sí asoladora y preocupante al mediano plazo: la ausencia de una clase dirigente de reemplazo en la sociedad italiana…
Por José Blanco Jiménez
Periodista por la Universidad de Chile
Antonio Galdo
Como siempre he estado en relación con las vicisitudes italianas, sigo constatando la analogía de situaciones que se producen a 14.000 kilómetros de distancia y que corresponden exactamente a las carencias y frustraciones de este país llamado Chile.
Antonio Galdo, que escribe y publica en su sitio www.nosprecare.it, toca nuevamente un punto que es absolutamente válido aquí también. El título original de su libro más reciente es “Gli sbandati”, vale decir aquéllos que han perdido el contacto con su grupo de pertenencia. Lo he traducido como “Los desorientados”, y se podría decir, además, “Los extraviados”.
También tuvo ese título un film de Francesco Maselli, producido en 1955, que trataba de una situación que aún mantenía vigencia en Italia en ese momento: la ruta que tomaron muchos después del 8 de septiembre de 1943 al ver que, después de la caída del fascismo, los norteamericanos estaban bombardeando Italia para obligar al gobierno fugitivo del rey y de Badoglio a reconocer que habían firmado el armisticio.
Pero lo más grave era la presencia de los alemanes, que pasaron de amigos a enemigos de un día para otro. Además estaba en el norte la República de Saló, bajo la administración de Mussolini, pero gobernada por los nazis.
Esa película se tituló Abandoned en Estados Unidos y —hasta donde yo sé—, no fue estrenada en Chile.
Antonio Galdo en su libro no se refiere a una instancia tan sangrienta, pero sí asoladora y preocupante al mediano plazo: la ausencia de una clase dirigente de reemplazo en la sociedad italiana.
En efecto, se trata de una clase política de “sbandati”, que se dedica a la ganancia, a la carrera y al éxito individual.
¿Y esto por qué?
Fundamentalmente, por la generalizada falta de cultura humanística y científica, como asimismo la desaparición de las que denomina “las escuelas del poder”; esto es, los lugares de formación de las élites, que —quiérase o no—, fueron las que acompañaron al país hacia el bienestar de masa.
En la actualidad, las carreras universitarias se siguen con gran rapidez, apoyándose en el internet “en sinergia” con la televisión. Y ésta se basa, por ejemplo, en el talkshow, donde el huésped se vuelve personaje.
La pantalla chica no ayuda a crecer. Al contrario: la videocracia entrega una metamorfosis hacia abajo.
Según Galdo, fue un error terminar con los Centros de Estudio de la gran industria pública. Existía también el poder de la tecnocracia, en la que tenían el control —por ejemplo—, los jefes de gabinete que organizaban la labor de toda la fuerza dirigente, a partir del Primer Ministro.
También los partidos políticos se preocupaban de formar a su gente, pero ahora existen ad personam (transparente alusión a Berlusconi), sin reglas ni mecanismos de selección típicos de la democracia. Ahora todo es casual y estos “desorientados” no saben de dónde vienen ni adónde van. Se limitan a recitar eslógans sin pausas.
En una entrevista, Galdo ha dicho que —si muchos diputados y senadores perdieran su puesto—, no tendrían qué hacer en su casa.
Y concluye que, en Italia, hay recursos que superan siete veces los del Plan Marshall de fines de la Segunda Guerra Mundial, pero el dinero no basta. Para guiar un automóvil se necesita bencina, pero también una persona que lo sepa manejar y una escuela que le entregue un válido permiso para conducir.
Agrego yo: ¿Y qué pasa en Chile?
Andrés Bello fue contratado como rector de la Universidad de Chile, que tenía como misión educar a la élite dirigente del país.
Cuando yo estudié en el Instituto Pedagógico y en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, aprendí que mi formación respondía a un compromiso que asumía para con el desarrollo social de mi país.
Pero eso se acabó con el golpe de Estado, cuando las universidades fueron intervenidas y —en vez de entregar títulos profesionales—, empezaron a “vender” grados que sólo sirven para tener otros grados.
Y, además, pusieron a cargo de ellos a jefes uniformados de las Fuerzas Armadas, que no obedecían al claustro académico sino a la Junta de Gobierno.
Uno de ellos declaró: “¿Para qué quieren a un académico de rector, si los rectores están sólo para firmar diplomas?”.
Por lo menos, reconoció que debían saber firmar.
(Antonio Galdo, Gli sbandati. La nuova classe dirigente e le scuole del potere, Milano, Il Sole 24 Ore, 2021, 160 pp. Está disponible también en e-book).