El estallido social del pueblo chileno hizo resurgir la vocación de participación que constaté hace muchos años en su gente sencilla y humilde. Vaya desde aquí mi deseo de que el futuro les traiga lo mejor. Que los vientos del pueblo a los que cantaba Víctor Jara aviven la luz de la lucha continua por la democracia en toda la América Latina. ¡Viva Chile, mier…!
Por XIMENA ORTIZ CRESPO
Académica ecuatoriana
Analista política
Columnista de “El Telégrafo”
Quito – Ecuador
Visité Chile antes de que Salvador Allende fuera elegido Presidente de la República y encontré que el país estaba profundamente politizado. En los mercados, en las panaderías, podía yo entablar conversaciones con la gente y me contaban enfervorizados cómo estaban participando en sus comités locales, en sus agrupaciones. Me gustó mucho ver a un país maduro lleno de ilusión para los cambios que proponían. Me enamoré profundamente de Chile.
Y para no olvidar ese maravilloso país y su gente me traje a Quito música de Víctor Jara, Violeta Parra, Inti Ilimani y Quilapayún. Mis amistades chilenas me mandaron por correo el primer mensaje de Allende al Congreso.
Poco después, en Estados Unidos, conocí a una mujer de la clase alta chilena que hablaba con inusitado orgullo porque su antepasado conquistador había recibido un título de nobleza por la cantidad de indígenas que había eliminado. Tres años más tarde, el Presidente Allende era derrocado en un violento golpe de Estado, comandado por Pinochet y respaldado por el gobierno de los Estados Unidos, que puso fin al gobierno de la Unidad Popular y a su propia vida. Era el 11 de septiembre de 1973. Poco antes de morir, en su discurso postrero, dijo: “Mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
Mis amigos de izquierda, como miles de chilenos, tuvieron que salir en éxodo al mundo y se establecieron precariamente en los países que les ofrecieron acogida. Sufrieron lo indecible. Se sentían sobrevivientes de una represión homicida. Veinticinco años más tarde volvieron a Chile y lo vieron transformado.
Durante la era del dictador Pinochet se habían hecho reformas para implantar una economía de libre mercado caracterizada por drásticas reducciones del gasto público, privatización de las empresas estatales, eliminación de obstáculos para la libre empresa, reducción del proteccionismo arancelario y fomento de la inversión extranjera. El país puso en manos de inversionistas privados las empresas estatales existentes al mismo tiempo que los servicios de salud, la seguridad social, la educación, la vivienda y las telecomunicaciones. Se prohibieron las acciones reinvindicativas de los sindicatos y gremios.
El economista estadounidense Milton Friedman tildó de “milagro chileno” a las reformas de liberalización económica que facilitaron el crecimiento macroeconómico del país.
Después de la vuelta a la democracia, en 1990, varios gobiernos de la llamada Concertación se sucedieron entre ese año y 2010. Las políticas neoliberales se profundizaron aún más. Se impulsó el consumo y el crédito. El país crecía económicamente e ingresaba a organismos de países desarrollados.
El otro lado de la medalla era que Chile seguía estando dentro de las naciones más desiguales del mundo. Un ejemplo de ello es que, en 2012, las cuatro familias más ricas en Chile poseían una riqueza equivalente al 20 por ciento de lo que producía el país al año (PIB). La gente vivía —y vive— rápido, esclava de su trabajo, llena de deudas, sin protección del Estado. Lo único que faltaba —y falta— de privatizar es el aire, porque la tierra, incluida la que pertenece a los pueblos originarios, ya fue concesionada.
La protesta que siempre ha sido parte del escenario chileno se desató con una fuerza inusitada hace diez años. El movimiento por volver a hacer pública la educación se constituyó en uno de los más fuertes desde el retorno a la democracia. Fue parte de un movimiento social mayor que demandaba reformas sustanciales al modelo económico y político; expresaba la polarización social. Como lo explica un analista: “Hasta entonces el proyecto neoliberal se basaba en una colaboración entre una élite empresarial que supuestamente traía desarrollo al país, mientras tanto, el resto de los ciudadanos sólo tenía que esperar a que parte del éxito les llegara. El pueblo se cansó de esperar”.
Los esfuerzos del pueblo chileno obtuvieron como resultado de las protestas de octubre de 2019 llamar a una nueva Constituyente para abolir la Constitución de Pinochet. Artistas, maestros, sindicalistas, mujeres, ambientalistas y el pueblo mapuche han mostrado su deseo de participar en política, abolir el modelo neoliberal y proteger los derechos humanos. Basta ver los esfuerzos de las marchas feministas con la creación del grito de guerra “el violador eres tú”, dedicado al Estado. O mirar la contundente denuncia de Mon Laferte semidesnuda en los Grammy Latinos con la pancarta escrita entre sus pechos: “En Chile torturan, violan y matan”.
El ciclo de sufrimiento al que el pueblo chileno ha sido sometido en los últimos cincuenta años con desaparecidos, exilio, represión y presos políticos —retratado en museos, en novelas, en poesía— parece haberse cumplido. Las palabras proféticas de Salvador Allende acaban de hacerse realidad. Las pasadas elecciones en el país austral para elegir representantes a la Convención Constitucional, alcaldes y gobernadores ha tenido resultados contundentes. Los independientes ganan en la lid y no los partidos constituidos. Una de las triunfantes es la Lista del Apruebo que agrupó a personas de ideología antineoliberal. Ellos y otros independientes derrotaron ampliamente a la derecha que no llega a tener en la Convención ni la tercera parte de representantes. Los partidos de centro izquierda de la Concertación también fueron derrotados. Tan total es su derrota que quedó en evidencia que los partidos tradicionales estaban constituidos sólo por dirigentes, pues las bases votaron por los candidatos independientes. Según la analista política Florencia Lagos Neumann, “los independientes irrumpen y provocan un cambio de paradigma”.
Por su parte, el Presidente Piñera hizo un mea culpa: “No estamos sintonizando adecuadamente con las demandas y anhelos de la ciudadanía”. What an understatement!
El resultado de las elecciones fue la respuesta a la tremenda desigualdad económica de Chile. A pesar de haber mejorado su PIB, se mantuvo la distancia entre ricos y pobres de forma abismal. Resumiendo lo que explica la Universidad Católica de Chile al respecto, esta significa ventajas para unos y desventajas para otros. El pueblo chileno la percibe como injusta y moralmente ofensiva porque se expresa para los que menos tienen en términos de ingreso precario; limitación al acceso a la vivienda, la educación y la salud; en la forma degradante del trato social; en el desmedro en la dignidad de las personas; en la imposibilidad de obtener seguridad económica y física, y de tener influencia sobre las decisiones públicas.
La BBC de Londres resume el resultado de la votación: “La suma de los independientes con las dos grandes listas de la oposición al gobierno de Piñera supera los dos tercios de los 155 escaños de la Convención, que contará con 17 cupos reservados para los pueblos indígenas y tendrá paridad entre hombres y mujeres, algo inédito en el mundo”.
“Este es el triunfo de la unidad social y política —declaró Irací Hassler, la alcaldesa electa de Santiago que forma parte del Partido Comunista—. Este es el comienzo de un cambio significativo en la forma en que hacemos política. El movimiento de protesta, las huelgas feministas y los movimientos socioambientales llegaron para quedarse”.
El estallido social del pueblo chileno hizo resurgir la vocación de participación que constaté hace muchos años en su gente sencilla y humilde. Vaya desde aquí mi deseo de que el futuro les traiga lo mejor. Que los vientos del pueblo a los que cantaba Víctor Jara aviven la luz de la lucha continua por la democracia en toda la América Latina. ¡Viva Chile, mier…!