Joyita de la cinematografía, que merece ser disfrutada con calma y en buena compañía. Muestra que Francia no es París y que el arte es hija de la memoria.
Se puede ver en la SALA DE CINE de CentroArteAlameda.tv…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Agnès Varda y JR
Los créditos de apertura muestran dos simpáticos dibujos animados, que el espectador verá replicados por la hora y media que dura el recorrido a través de la Francia provinciana y suburbana, que nos recuerda que no sólo París existe. Se trata de Agnès Varda (representante de la Nouvelle Vague) y JR (fotógrafo e instalador urbano) que, en Visages Villages, se reúnen para recorrer “la otra Francia”, es decir, aquélla que no suele aparecer en las películas.
Agnès es (era) una cineasta belga (Bruselas, 1928 – Paris, 2019) conocida en Chile sobre todo por una película que generó controversia: La felicidad (Le Bonheur, 1965). Ésta, más que la infidelidad, proponía el tema la tendencia humana a la poligamia y la búsqueda de la felicidad en la felicidad del otro. Y no está demás recordar que estuvo casada (y enviudó) de Jacques Demy, quien hizo llorar a las plateas con Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964).
Entre los otros títulos notables de la realizadora (tiene unos 60, entre películas, cortometrajes y documentales), es necesario recordar Cléo de 5 a 7 (Cléo de 5 à 7, 1962) y Sin techo ni ley (Sans toit ni loi, 1985). Todas protagonizadas por mujeres con la línea feminista propia de los años ‘60.
JR, por su parte, es un “street photographer” independiente, que se ha hecho notar por sus “collages” y gigantografías pegadas en los edificios de las metrópolis. Con su perenne sombrero y sus anteojos negros, resulta un francotirador, que prefiere ser refractario a los museos y galerías de “bellas artes”.
En apariencia, se podría ver la película como un documental anecdótico. Sin embargo, se trata —transparentemente— de un “road movie” que tiene toda la frescura del contraste: hombre y mujer, joven (33) y vieja (88), alto delgado y baja rechoncha. Es decir, el clásico contraste entre Don Quijote y Sancho Panza, entre Laurel y Hardy (y todas sus secuelas cinematográficas de “buddy movie” en todos los géneros).
Son todas diferencias que, a través de bromas constantes, sirven para unirlos intelectual y espiritualmente. Recorren la campiña francesa, las playas de Normandía y los muelles de Le Havre en busca no de los monumentos, sino de la gente que allí vive. Viajan en una curiosa camioneta con forma de cámara fotográfica en la que está instalada una cabina y un laboratorio, que permite obtener de inmediato las grandes reproducciones en papel.
Las fotos con la “baguettes”, el barrio de los mineros, el granjero que trabaja 800 acres en soledad, la muchacha de la sombrilla, el cartero, el encargado de tocar las campanas, los turnos de las fábricas (que enfatiza la necesidad de colaborar), la intervención del ojo que hace recordar “El perro andaluz”, de Luis Buñuel, el picnic en la aldea abandonada, las cabras que crecen sin cuernos, el bunker como relicto postbélico, las trabajadoras portuarias… Es la necesidad de tesaurizar lo que queda, lo que cambia, lo que desaparece.
En cierto momento, Agnès declara: “¡El azar ha sido mi mejor asistente!”. Sin duda, es cierto, pero también lo es el hecho de que cada lugar fue buscado después de documentarse adecuadamente.
El montaje de secuencias de edificios, trenes, containers, copas de agua y otras superficies que contienen las macrofotografías también son un collage.
La película va donde va la vida: son las personas y su entorno, la realidad cotidiana, los vivos y los muertos… Todos se transforman en cómplices y modelos de este fresco gigantesco.
¿Qué sentido tiene este trabajo? Creo que la secuencia filmada en el Louvre ayuda a encontrar una respuesta. Agnès recorre una sala de exposición de pinturas en una silla de ruedas, con la velocidad de la típica visitante que sólo repite nombres. Es decir, no memoriza ni aprecia. La mitología griega describía a las musas, protectoras de las artes, como “hijas de la memoria”.
La gente común de la Edad Media se informaba por los frescos que veía en las iglesias: eran la fuente de la memoria. Al fin y al cabo, es lo único que queda y muere todo lo que no se recuerda.
También la conclusión en el lago Leman y la búsqueda de Jean-Luc Godard, el director de Sin aliento (À bout de souffle, 1960) tiene un significado alegórico: lo escrito sobre el vidrio podría ser el último mensaje de un encuentro imposible.
(“Visages Villages”. Francia, 2017)
TRAILER DEL FILM:
“ROSTROS Y LUGARES”
PRODUCCIÓN
Cinépolis