La palabra me lee,
deletrea
relee, y advierte:
no me escribas,
si no tienes nada
que decir,
es mejor el silencio
y seguir leyendo…
Por Rolando Gabrielli
(Desde Ciudad de Panamá)
La vida es un libro abierto. Esta frase, amigo lector, tienes que haberla escuchado en más de una ocasión y seguramente la habrás repetido en otras tantas oportunidades. El libro fue escrito, impreso finalmente, para ser leído. Algo de Perogrullo, pero no todos tienen un mismo destino: desde su prohibición, quema, a la fama de convertirse en un clásico o un best seller banal y también llegar a ser parte del olvido. Digo, antes de comenzar con una experiencia personal, los libros son una aventura, nos hacen vivir vidas, disfrutar, conocer experiencias, situaciones, realidades, ficciones, que jamás viviríamos y tampoco siquiera llegaríamos a soñar.
¿Los libros sueñan por nosotros, nos ayudan a pensar, brindan conocimiento, estimulan nuestra imaginación, acompañan, crean conciencia, enseñan cosas prácticas, conforman nuestra memoria, tocan todos nuestros sentidos y se transforman en compañeros inseparables, fieles, a lo largo de la vida?
El ABC de la Lectura, del poeta estadounidense Ezra Pound, confieso me hizo ver la importancia de ser lector y como uno también puede transformarse en poeta cuando lee un gran poema.
Una de las frases que más me impactaría, fue la respuesta que me dio Lihn en 1973, cuando le pregunté a qué se debía el fenómeno Neruda, conociendo que él recitaba de memoria al poeta en su juventud y que en su madurez se había distanciado profundamente del vate de Isla Negra. Leyó bien lo que y lo hizo oportunamente. La lectura está asociada a la formación de grandes escritores, sin duda, y también el momento histórico en que viven, remató el autor de La Pieza Oscura.
LOS CUENTOS CLÁSICOS VIAJAN AÚN EN EL INVIERNO SUR
Mis primeras lecturas fueron los cuentos clásicos, primero orales, en las noches, después las narraciones ilustradas, Caperucita Roja, Pinocho, La Bella Durmiente, Blancanieves y Los 7 enanitos, Los tres cerditos, Hansel y Gretel —me impactó hondamente— El Gato con Botas, El Patito feo, El Lobo y los siete cabritos. Perrault y sus maravillosas ilustraciones tuvieron mucho que ver con el placer de la lectura: La Cenicienta, por ejemplo, una historia conmovedora. El inolvidable Pulgarcito y, sin duda, los cuentos de hadas…
La historia, la fantasía, la leyenda, los grandes sueños escritos en estos cuentos emblemáticos viajan aún en las noches del invierno sur.
Los niños crecen, los sueños permanecerán en el tiempo e impulsarán nuevas aventuras, porque las lecturas nos llevarán a islas llenas de tesoro, mares con piratas, historias inolvidables, palabras tan reales como nuestras emociones.
Las enfermedades clásicas de los niños del sur, la peste cristal (varicela), escarlatina, las gripes de invierno, me estimularon a las lecturas y en esa época me llamaban mucho la atención algunos héroes nacionales, como Arturo Prat, ya que me habían ofrecido regalarme un traje del insigne marino, si no me rascaba la piel producto de una picazón infernal debido al sarpullido escarlata.
Estas pestes infantiles duraban interminables días de aburrimiento, malestar, un tiempo de prisión para cualquier niño inquieto. Me sumergía en la historia de Chile, el cacique Lautaro con un mazo frente al conquistador Pedro de Valdivia, a quien ajustició, en una ilustración que acompañaba al texto histórico.
Parece estar viéndome en el modesto sillón de la sala de estar de mi casa, leer Ivanhoe en los bosques de Sherwood, viviendo esa extraordinaria aventura en una etapa difícil de mi vida adolescente, enfrentado a un padre arbitrario y tiránico. Yo era tal vez uno de los personajes de Walter Scott, aunque Robin Hood, ocupaba el centro de esa gran y maravillosa historia, junto a todo un registro social de la Edad Media, una época fascinante.
JORNADAS DE LECTURA
Tiempos de Juan Sin Tierra, el hermano usurpador del trono de Inglaterra y todo ese mundo de conspiraciones, traiciones, asesinatos, tan propios del ser humano.
Acompañaba estas jornadas con libritos menores de historias del Oeste norteamericano, aventuras también, después de todo, algunas novelas policiales, el suspenso.
El tiempo pasa, sucede, todo va cambiando, el colegio, las clases de castellano, la poesía española, latinoamericana y chilena, otros horizontes. Lecturas todas, motivadas por la pasión de vivir aventuras, sin duda. Y, cuando se daba la ocasión las famosas tiras cómicas de la época, historietas, los héroes y super héroes, Tarzán, El Llanero Solitario, Condorito, El Peneca, Barrabases, Para Ti y Ecran, que contenía lo último del cine de la época.
Todo lo que caía en nuestras manos con dibujos e historias. Lecturas de corazón y pasatiempo.
LA LIBERTAD ES UN CAMINO Y ESTÁ ESCRITO
Cuando cursé el último año de secundaria, entré a un colegio experimental, un sexto de letras, con compañeros lectores, inteligentes, con objetivos claros, muy formados, y profesores, inclusive, que daban clases en la universidad, muy creativos, motivadores, que además de dar sus materias, nos preparaban para la vida con entusiasmo, conocimiento, y, diría, cariño por la enseñanza.
Un compañero del curso, Luis Gutiérrez Zeller, ya había leído en esos años, Ulises de James Joyce. Personalmente, buceaba en Sartre, en poetas como García Lorca, Neruda, Guillén, la Mistral. Posiblemente me consideraba existencialista, amaba Los caminos de la Libertad y apostaba a la filosofía como al arte, para entender, interpretar y sentirme parte del mundo.
Fue un año clave en lo personal, escuchaba a Neruda con unas amigas en un Long Play y toda esa resonancia, la voz monótona del vate, no la olvidaría más y me llevaría a su obra. A Neruda preferí leerlo y no conocerlo.
Entrar a la Universidad, fue otro salto y experiencia en cuanto a lecturas, personales y obligadas. Al tiempo que me encontré en vivo y en directo, con los protagonistas de la poesía y alguna prosa del momento, de una historia rica, emocionante, privilegiada. Como futuro periodista, tenía que leer los diarios, entintarme las manos y estudiar las noticias cada día, nuestra materia prima. Leer, informarnos para poder informar con propiedad, objetividad, veracidad, creatividad. Al menos, eso se decía en la Escuela de Periodismo en mi época.
Ingresé a una Facultad humanista, formadora de profesores, profesionales con conciencia social, compromiso, cuyos catedráticos habían estudiado filosofía en Europa, otros serían algunos de los futuros escritores y críticos reconocidos de Chile, Antonio Skármeta, Ariel Dorfman, Carlos Cerda, Juan Rivano, José Cuevas, Hernán Miranda y el mismo Nicanor Parra, quien daba clases de física y se paseaba como Sócrates por los jardines universitarios. Gonzalo Millán, y Oliver Welden, dos poetas importantes, estudiaban también allí. Poli Délano, narrador, daba clases de inglés y el novelista Juan Guzmán, de español. El poeta, filósofo y futuro crítico literario, Nain Nómez, era un estudiante del Pedagógico. Federico Schopf, poeta y lúcido ensayista, daba clases de Estética. Jorge Teillier solía visitar la universidad porque vivía en sus proximidades. El propio decano de la Facultad era un historiador prominente y autor de texto, Hernán Ramírez Necochea.
Un ambiente de lectura, diálogo, ideas, conversaciones literarias en los prados, restaurantes de la Facultad, o en los bares de sus alrededores.
Un día apareció Cortázar, Rayuela estaba en boga, leíamos a García Márquez, también a Rulfo. Recuerdo que un compañero de curso, el colombiano Eduardo Marín, solía repetir la primera línea de Pedro Páramo, la novela mágica del mexicano Rulfo, como una introducción a este mundo literario espontáneo se universitarios: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
Comentaba Cien años de soledad, salida del horno de Macondo el 67 y El Coronel no tiene quien le escriba. Nos maravillábamos con la inventiva del Gabo, cuando relataba que los gitanos habían llevado el hielo a Macondo. Mientras el coronel esperaba hacía 15 años una pensión producto de su participación de la guerra civil de los mil días.
A los estudiantes del cono sur, nos parecían historias extraordinarias, una realidad mágica, tan distinta al mundo andino, aunque las pensiones hoy son tan malas como en tiempos del coronel. Es una gran novela, donde el coronel se las arregla para conservar un gallo de pelea, su único patrimonio que le permitiría la futura supervivencia, en medio del hambre que golpeaba a su familia.
EL PRINCIPITO:
UNA PUERTA ABIERTA A LA IMAGINACIÓN
Todo estaba en tiempo presente, con los autores vivos. Nos comentábamos pasajes de las obras, opiniones de los autores, debates, leíamos como esponjas y yo asistía a un curso de literatura general donde estudiábamos a Camus, Dürrenmatt, Brecht, Ionesco, O’Neill… Estos autores traían otros libros, recomendaciones, citas, comparaciones, todo lo que hace un joven futuro escritor inmerso en la lectura y escritura, descubrir, imitar, transcribir, curiosear, soñar, tomar notas, repasar unos versos o una prosa que te impacta, ir creando tu propio mundo, al menos intentarlo.
Pero fue una joven estudiante de francés, mi novia universitaria, Isabel, quien un día me abrió las páginas de El Principito y me mostró sonriente el dibujo del supuesto sombrero con que el autor quería asustar a los mayores, y se trataba de una serpiente boa que se tragaba un elefante. Fue una mañana inolvidable, cómo un libro, un dibujo inocente, imaginativo, una historia encantadora, creaba un puente a dos enamorados.
Hoy releo El Principito con cierta nostalgia, supe a hace unos meses que ella había fallecido. He regalado varios principitos, es como volver a contar mi propia historia, nuestra historia. Recuerdo, por ejemplo, cuando en un verano, hace un tiempo, miraba el cielo lleno de estrellas y me producía una sensación de intensa felicidad. Cuando abras la ventana, le dice el principito al autor: “Por la noche mirarás las estrellas. No te puedo decir dónde se encuentra la mía, porque mi casa es muy pequeña. Mi estrella será para ti una de las estrellas. Entonces te agradará mirar todas las estrellas. Todas serán tus amigas. Cuando mires el cielo, por la noche, como yo habitaré una de ellas, como yo reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas… Se estaba despidiendo El Principito y su autor, Saint -Exupéry, temía no escuchar más su risa, era para él como una fuente en el desierto, pero el Principito lo consolaba (siempre se encuentra consuelo), estarás contento de haberme conocido.
Nada sigue siendo igual en el universo, si alguien parte, es la conclusión.
UNA FÁBRICA DE CONCIENCIA CRÍTICA
En esos días universitarios, leíamos con Anselmo Silva y un par de lectores más, Bernardo Araya, a Ernesto Cardenal, un poeta emblemático para nosotros, a quien entrevistaría el 75 0 76 en Panamá. Recitábamos sus famosos Epigramas. Las lecturas van conformando al futuro escritor. La Universidad de Chile estaba en su esplendor, una suerte de Berkeley, visitada y escogida por intelectuales, estudiantes de América Latina, Europa, Estados Unidos, lo que creaba una atmósfera de cierto prestigio. Recuerdo una pareja de peruanos en los predios universitarios leyendo a César Vallejo, hablándonos con pasión de este poeta icónico de las letras castellanas. Veo a un alemán caminando con Nicanor Parra, dialogando sobre su doctorado en la antipoesía, a mediados de los sesenta. Alumnos leyendo, discutiendo de política, jóvenes vitales, inquietos, animados por la realidad nacional, un espíritu crítico, atento a los acontecimientos, a las nuevas ediciones, marcha del país, del mundo, y muchas cosas que pasaban por la lectura y el conocimiento. Una fábrica de conciencia crítica, eso era entonces la universidad que arrasó la dictadura de Pinochet.
Desde niño, los chilenos de mi época, nos aproximamos a Gabriela Mistral, sus rondas infantiles en la escuela, versos clásicos de la maestra rural, una leyenda que iba creciendo. Y en la secundaria volvimos a su obra mayor, Tala, y recuerdo a la profesora de castellano y poeta Alicia Galaz, futura esposa de Oliver Welden, repitiendo, como si fuera hoy, la palabra Mazzepa del poema Cordillera de la Mistral y desgranando el texto con verdadera pasión.
Ahí aprendí a ver la grandeza e importancia para Chile y los países del sur, de nuestra imponente y majestuosa Cordillera de los Andes. La Mistral, su poesía, vida, leyenda, fue quedando en mi subconsciente desde niño y cuando aún lo era fui con mi madre a la Universidad de Chile a despedirla, sin conocerla físicamente, por última vez. Recuerdo su rostro y cuerpo embalsamado en una urna de cristal, y fue una lectura inolvidable para mi ese paso frente a sus restos. Leí la grandeza de esa mujer tan ninguneada por un sector influyente de chilenos, desconocida para nosotros además la trascendencia de su obra que aún se está descubriendo a décadas de su fallecimiento.
Del colegio están todas esas lecturas que aún son resonancia, El Arcipreste de Hita, La celestina, Lazarillo de Tormes, Quevedo, Garcilaso de la Vega, Góngora, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Marqués de Santillana, Bécquer, Unamuno, García Lorca, y otros escondidos en la memoria.
LA LECTURA ES UN GRAN PERSONAJE EN EL QUIJOTE
Curiosamente, cuando falleció Pablo de Rokha, a quien no conocí, fui también a despedirlo en la Casa Central de la Universidad de Chile. Un poeta torrencial, polémico, arbitrario, bíblico como la Mistral y muy chileno como Neruda. Se había suicidado y yo fui a leer en su rostro la tragedia del Macho Anciano y toda la poesía dionisíaca que nos dejaba por descubrir, una visión pantagruélica del mundo. Ya en ese entonces profético iba “mordiendo el siniestro funeral del mundo”.
A la mayoría de los otros poetas, los conocí personalmente y leí en vida, textos recién escritos, tipografía viva, la tinta ardiente en las planchas metálicas, palabras acuñadas previamente en libretas, cuadernos, hojas, que leeríamos con verdadera devoción. A todos les debo algo, alguna palabra, algo de silencio. Siempre un libro será ese objeto tan personal, íntimo, para ir descubriendo con el tiempo.
La lectura no cesa y estoy seguro que uno de los más grandes lectores que hemos conocido, Jorge Luis Borges, un deudor notable no sólo a su imaginación, sino lecturas, siguió leyendo después de quedar ciego. Leía con Virgilio, tal vez, La Divina Comedia. Cervantes de la mano de su Quijote convierte a su personaje en el lector de su propia obra. Lectura sobre la lectura, se leen y releen sus aventuras. “Se daba a leer los libros de caballería”. ¿La lectura es un gran personaje en el Quijote?
No olvidemos que sus lecturas de libros de caballería le llevaron a ser y vivir la experiencia de caballero andante.
Afortunado Cervantes, aunque no se enteró, contó con grandes lectores: Borges y Kafka, Dickens, Mann, Flaubert, Dostoyevski, aunque muchos otros más y los que vienen surgiendo con el correr del siglo. Madame Bovary, Emma divina mujer, cuyas lecturas apasionadas y románticas la llevaron inexorablemente a dar un vuelco de 180 grados en su vida, terminó por abandonar la mediocre vida junto a su marido.
Hay quienes aún que dicen que las lecturas no tienen efecto alguno y menos consecuencias. Hay libros, no los voy a nombrar, que han revolucionado, estremecido, puesto a pensar, transformado a la humanidad, verdaderas catedrales del medioevo dictando cátedra en medio del transcurso de la historia, agitando, despertando las conciencias. Freud y Marx, estudiaron el castellano para leer El Quijote. “Cosas veredes”. Además, escribieron lo suyo e influyeron en la historia.