Mucha gente reclamó por la destrucción de estos patrimonio religioso; pero fue lo mismo que hicieron aquéllos “esforzados” conquistadores con los templos y sacerdotes de las religiones originarias de Sudamérica: quemar, saquear y destruir todo a su paso…
Por Rodrigo LEAL BECKER
El lunes pasado me desperté de golpe, recordando los sucesos acaecidos el día anterior, al conmemorarse un año del “estallido social”. Entre los sucesos que más llamaron la atención pública, aparecen los incendios de dos iglesias patrimoniales. Mucha gente reclamó por la destrucción de estos patrimonio religioso; pero fue lo mismo que hicieron aquéllos “esforzados” conquistadores con los templos y sacerdotes de las religiones originarias de Sudamérica: quemar, saquear y destruir todo a su paso.
Ibidem con la estatua del general Baquedano. Yo mismo, un profesional con estudios de nivel superior, tuve que googlear para buscar información sobre este militar que llegó a ser comandante en jefe del ejército en los gobiernos de Montt y Balmaceda, y quien participó en una serie de operaciones bélicas, con resultados satisfactorios, lo que le valió un ascenso durante su carrera.
Elucubré que el 99% de los ciudadanos y ciudadanas que se empeñaron en ostentar sus emblemas en esta zona de conflicto, no tienen mayor idea del porqué se inmortalizó con una estatua ecuestre a este uniformado, que destacó junto a su caballo Diamante.
Ah, otra cosa: el “kilómetro cero” de nuestra capital —Santiago— es y ha sido siempre la Plaza de Armas, que fue donde llegaron los conquistadores y en torno a la cual planificaron sus viviendas, según las costumbres de la época. Y no fue la traqueteada Plaza Baquedano (también conocida como Plaza Italia), rebautizada ahora como Plaza Dignidad.
Me llamó la atención el ensañamiento que se profesó contra las fuerzas del orden público. ¿En qué momento los defensores de la patria pasaron a ser verdugos? ¿Fueron los resabios gestados durante la dictadura cívico-militar de Pinochet? ¿Tanto ha sido el odio profesado a la disciplina, a las normas, o a las leyes castrenses?
Así es como funcionaría la mente del homo sapiens, que en cuanto advirtiera a alguno de nuestros semejantes con algo llamativo, o diferente, algo nuevo, lo anhelaría para sí mismo.
La multitud querría justicia social, también buenos autos, casas bonitas, educación para sus hijos, salud para todos, televisores plasmas y electrodomésticos. Parecería, no obstante, no existir racionalidad en sus actos, donde el promedio del coeficiente intelectual de las miles de personas ahí presentes, no pareciera ser muy alto, generando así la destrucción en su afán de acceder a bienes e igualdad de oportunidades… No se trataría, tan solo, de bienes básicos, sino una imitación de los bienes en poder del otro, siendo castrado así un estilo de vida elitista: el paraíso capitalista, dánoslo hoy.
¿Una nueva Constitución será en sí una buena idea? ¿Nos basaríamos en la antigua Constitución y enmendaríamos aquellos capítulos injustos, obsoletos o negligentes? ¿En qué momento pudiera ser castrada y satisfecha esta rebelión social? ¿En el momento en que se rindieran al “dios dinero”?
En los tiempos que corren, la gente ya no se preocupa de enriquecerse, si no, ¿de qué vamos a alimentarnos hoy? ¿Dónde vamos a dormir? ¿Podremos deambular por la vía pública, sin riesgos para nuestra integridad física y mental?
Críticas interrogantes… a la espera de ser contestadas por lo que anhele la mayoría de los chilenos; en el histórico proceso plebiscitario del 25 de octubre de 2020, aún en tiempos de pandemia. Chile se estaría jugando su futuro democrático, con un lápiz y un papel…