No había gente, esa multitud que la ha llenado siempre, con su energía emocionada… Faltaban aquellos vítores de alegría y las flameantes banderas multicolores, provenientes de diversos países del mundo que los peregrinos solían agitar, logrando así un espectáculo luminoso, emotivo y de oración: a veces, en silencio; a veces, en voz alta, con la mirada fija en el balcón papal…
Por Quetzal ZAZIL
El 27 de marzo del 2020 será una fecha que quedará marcada en la historia de la Humanidad. La imaginación no ha sido capaz de meditar en los acontecimientos que han ocurrido en el mundo, desde que se dio a conocer la noticia de un virus que apareció en China y se propagó como un relámpago por el mundo.
Nos pusieron un alto, un toque de queda que paró en seco a los seres humanos de todos los países del mundo para mandarnos a nuestras casas, a vivir una cuarentena de prevención al contagio y para salvaguardar la salud de todos.
Lo que ha ocurrido en nuestro planeta lo hemos sufrido, lo hemos presenciado a través de los medios de comunicación y hemos podido conocer las noticias en cifras de terror de las muertes y contagiados en el instante en que todo ocurren.
Me llamó la atención, especialmente, la convocatoria del Papa Francisco para conectarnos el 27 de marzo, día en que daría de manera extraordinaria la Bendición Urbi et Orbi de indulgencia plenaria y rezaría para que se termine esta pandemia que ha azotado con tanto dolor y sufrimiento a la Humanidad.
Me conecté para asistir de manera virtual al llamado de orar por el mundo. Lo que observé desde el inicio de la transmisión me cimbró el alma y me sumió en un silencio profundamente respetuoso, sorprendiéndome al ver la Plaza de San Pedro tan conocida por todos a través de los medios, siempre repleta de gente entusiasmada por ver al Papa y recibir su bendición.
La majestuosa Plaza de San Pedro, que tuve la fortuna de conocer hace algunos años y pude apreciar su belleza, la obra de arte que es y la vibración que emitía al sólo apreciarla a través de las ventanas de un autobús turístico… Al verla, la gente lanzaba un grito de admiración y satisfacción por estar ahí, por haber llegado al famoso Vaticano, a la Plaza y Basílica de San Pedro, muchos con la expectativa de ver al Papa y de que él los viera al recibir su bendición.
TRANSMISIÓN DIRECTA
Esta vez, presencié la Plaza por internet, durante la transmisión directa que hizo un canal católico con tomas espectaculares que abarcaban toda la Plaza. Se podían apreciar las columnas bellísimas, que erguidas, verticales y poderosas, dan esa forma semicircular a la Plaza de San Pedro, como si la envolvieran con su fortaleza, su fuerza, elegancia y blancura del mármol.
UN TRISTE ATARDECER
Caía el atardecer, un atardecer grisáceo, triste, opaco; el cielo muy nublado, el piso brillante y mojado por la pertinaz lluvia que caía desde unas nubes grises, casi invisibles, que parecían llorar al ver la Plaza vacía… No había gente, esa multitud que la ha llenado siempre, con su energía emocionada… Faltaban aquellos vítores de alegría de la gente y las flameantes banderas multicolores, provenientes de diversos países del mundo que los peregrinos solían agitar, logrando así un espectáculo luminoso, emotivo y de oración: a veces, en silencio; a veces, en voz alta con la mirada fija en el balcón papal. Con el corazón y los ojos atentos percibían al Papa, rezando, cantando, gritando “vivas” de alegría por estar allí durante unos minutos, participando en el Angelus, en la Homilía, en el Mensaje Papal…
No había nada de aquel jolgorio; no había nadie… Se sentía el silencio, se percibía la tristeza, el dolor de la Plaza que solidarizaba con la tristeza de un Papa Francisco, de 82 años, que deambulaba por el centro de la Plaza de San Pedro con tristeza, abatido, haciendo un esfuerzo bajo la lluvia, sin las tradicionales escoltas de la guardia suiza, sin ningún acompañante, sin lujos y casi sin energía… Solo, avanzando a pasos lentos, con la cabeza agachada y reflejando en su rostro todo el dolor que le ha causado al mundo la pandemia Covid-19.
En el centro de la Plaza, una tarima, un pódium y un obispo que lo esperaba para auxiliarlo en la lectura del evangelio que dirigiría al mundo, un mensaje universal para este tiempo en el que humildemente rogaría al Altísimo su ayuda para salir de este pozo obscuro en el que nos atrapó un suceso macabro que ha destruido una civilización en la que nos sentíamos seguros, confiados y tranquilos.
ORACIÓN POR TODOS
El Papa Francisco se dirigió a la Humanidad entregando un mensaje de esperanzas. Oró por todos, pidió y rogó por todos, con una voz debilitada, triste y afectada por el panorama que le ha tocado vivir tan de cerca en Italia, uno de los países más golpeados por el Covid-19.
De pie en la tarima, de espaldas a la Basílica, frente al fastuoso Obelisco que luce magnífico al centro de la Plaza y bajo esa lluvia que parecía derramar lágrimas de tristeza, su voz acongojada irrumpía, en tanto el cielo cambiaba de tonos; de gris a azul, azul brillante… Las estatuas colocadas alrededor de la Plaza, en el edificio del Vaticano, contemplaban inertes ese desolador panorama. El Papa Francisco hablaba para todos, pero no había nadie…
Una vez que dio su mensaje, se dirigió con ayuda del obispo hacia la entrada de la Basílica de San Pedro. Impresionantes tomas hizo el canal que transmitió. Una Basílica sin bancas, totalmente vacía, siempre majestuosa y bella Basílica también estaba desolada, triste, vacía, sus luces encendidas… Todo en silencio, se respiraba tristeza, soledad, pena… No había seres humanos ahí para orar, rezar el rosario, cantar alabanzas a Dios… O tomar fotografías de esas bellas obras de arte de las que está llena por todas partes… Nadie, no había nadie…
¡Qué soledad se siente sin la gente, sin seres humanos, sin nadie…!
UN TRANCE DOLOROSO
El antiguo ícono de María Salud del Pueblo Romano estaba a un lado de la entrada de la Basílica; al otro lado, el Xto de la Iglesia de San Marcelo, a quien se le atribuye haber detenido la peste en 1522. Ante la imagen de la Virgen y la escultura de Xto, rezó el Papa Francisco antes de iniciar la Adoración al Santísimo.
El Papa Francisco se dirigió a una capilla cuya puerta daba hacia la Plaza, se hizo la exposición del Santísimo Sacramento y se sentó en un sillón frente al altar… El Papa oraba, miraba la Custodia con infinita tristeza, con el rostro desdibujado y con actitud corporal denotando que lleva una carga de sufrimiento y dolor del pueblo de Dios y se lo va a entregar a Jesús Eucaristía para que nos ayude en este trance que nos ha tocado vivir…
Antes de salir a la puerta de San Pedro y dar la bendición con la Custodia, mientras la lluvia arreciaba y caía como una cascada desde un cielo que para ese momento ya era de tono lapislázuli, los cuatro elementos estaban presentes en la liturgia, para pedir a Dios por el fin de la pandemia, los braceros de fuego colocados a los lados de la Plaza evocaban a la Roma antigua, el humo ascendía al cielo, el agua cubría las losas de la Plaza reflejando luces y colores y el escenario de piedra que marca el lugar de la tumba de Pedro.
ESCRIBIENDO NUESTRA HISTORIA
El Papa recordó a personajes ejemplares que no aparecen en portadas de diarios y revistas, ni en las grandes pasarelas del último show. Pero, sin lugar a dudas, están escribiendo los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeras, personal de limpieza y de supermercados, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, religiosos y tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo y están trabajando y dando lo mejor de sí para ayudar en esta crisis sanitaria.
En la vacía Plaza de San Pedro resuena la llamada urgente hacia la conversión: es tiempo de restablecer el rumbo de la vida.
Anexo un poema escrito por K. O‘Meara hace ya 220 años:
(K. O ‘Meara – Poema escrito durante la epidemia de peste en el 1800)
Cuando la tormenta pase
Y se amansen los caminos
y seamos sobrevivientes
de un naufragio colectivo.
Con el corazón lloroso
y el destino bendecido
nos sentiremos dichosos
tan sólo por estar vivos.
Y le daremos un abrazo
al primer desconocido
y alabaremos la suerte
de conservar un amigo.
Y entonces recordaremos
todo aquello que perdimos
y de una vez aprenderemos
todo lo que no aprendimos.
Ya no tendremos envidia
pues todos habrán sufrido.
Ya no tendremos desidia,
seremos más compasivos.
Valdrá más lo que es de todos,
que lo jamás conseguido.
Seremos más generosos,
y mucho más comprometidos.
Entenderemos lo frágil
que significa estar vivos.
Sudaremos empatía
por quien está y quien se ha ido.
Extrañaremos al viejo
que pedía un peso en el mercado,
que no supimos su nombre
y siempre estuvo a tu lado.
Y quizás el viejo pobre
era tu Dios disfrazado.
Nunca preguntaste el nombre
porque estabas apurado.
Y todo será un milagro.
Y todo será un legado.
Y se respetará la vida,
la vida que hemos ganado.
Cuando la tormenta pase
te pido Dios, apenado,
que nos devuelvas mejores,
como nos habías soñado.